La nación

La miseria invade las aceras de San Francisco

1 persona sin hogar en San Francisco
Una persona sin hogar, en San Francisco. AFP.

La ciudad más turística del oeste de Estados Unidos vive una crisis de personas sin hogar que está enfrentando a vecinos, instituciones y las empresas tecnológicas que han expulsado a la clase media

23 de mayo de 2019 – San Francisco – Agencias.

Las últimas cifras son de la semana pasada, aunque en realidad no hacían falta. El número de personas sin hogar en San Francisco ha crecido un 17% en los últimos dos años. El recuento hecho por voluntarios y servicios encontró que hay 8.011 personas viviendo en la calle. La cifra está muy lejos de la de Los Ángeles, la capital de los sin techo de Estados Unidos. Pero San Francisco es una península rodeada de agua con 880.000 habitantes. Es decir, una de cada 100 personas que caminan por la calle no tiene dónde dormir.

El Ayuntamiento reaccionó a las cifras prometiendo cinco millones más de presupuesto para servicios a los sin techo. La realidad es que no era ninguna sorpresa. Desde hace unos años, la lluvia de millones que está cayendo sobre la pequeña ciudad de la bahía ha dejado miles de víctimas colaterales en las calles y ha convertido el combate contra la miseria en una prioridad política ineludible. El presupuesto del nuevo gobernador, Gavin Newsom, presentado la semana pasada, incluye nada menos que 1.000 millones de dólares para abordar el problema.

Uno de los grandes nombres de Silicon Valley, Marc Benioff, fundador de Salesforce, prometió el mes pasado 30 millones de dólares para proyectos contra la pobreza aguda. El anuncio de una tasa específica para luchar contra la miseria generó el pasado noviembre una bronca fenomenal entre las grandes empresas tecnológicas (al final se aprobó en las urnas). El Ayuntamiento quiere construir lo que llama Navigation Centers, lugares de servicios integrales para estas personas. Sin embargo, se está encontrando con la oposición vecinal de una ciudad donde el precio medio de una casa son 1,6 millones de dólares y nadie quiere que sea la suya la que baje. La situación ha generado una verdadera sensación de urgencia política.

Por las calles se ven los nuevos baños portátiles que ha puesto el Ayuntamiento, porque la situación en las aceras es también un problema sanitario. Es normal ver jeringas, heces o condones a pocos pasos de las calles más turísticas de la ciudad. “Desde luego que es una preocupación”, dice al teléfono Cassandra Costello, responsable de comunicación de la San Francisco Tourist Board, el lobby turístico de la ciudad. “Es la preocupación número uno que nos transmite la gente que visita San Francisco”. Costello asegura que no han notado que afecte a las cifras de turismo, ya que el año pasado batieron tanto el récord de visitantes como el de dinero que se gastaron en la ciudad. “San Francisco tiene una tasa de retorno del 96%”, asegura.

En todas las ciudades más grandes de Estados Unidos existe miseria extrema, pero hay que ir a buscarla. En San Francisco, una península sin escapatoria, sale al paso del caminante en todas las esquinas, incluyendo las zonas más turísticas. Son las 2 de la tarde de un día de mayo y en medio de la calle Mission, esquina con la calle 16, dos jóvenes cargan una jeringuilla acurrucados contra una pared. No se esconden, están en la acera y junto a ellos pasa la vida normal, desde estudiantes hasta niños en cochecito. Al otro lado de la manzana hay una escuela primaria, a pocos pasos bares y restaurantes de moda. Unos 20 minutos a pie desde aquí están la sede de Uber y el Ayuntamiento, en la calle Market, la arteria de San Francisco por donde pasan unos 25 millones de turistas al año.

A unos pasos de los jóvenes de la jeringuilla, Orlando Webb, un hombre que lleva todas sus pertenencias en un cubo de basura, trata de hacerse un bocadillo y se encoge de hombros cuando se le pregunta por sus vecinos de acera. Webb, de 56 años, podría ser cualquiera de estos miles de nuevos sin techo. La muerte de su madre, el único familiar que le quedaba, más un gasto inesperado, más la pérdida de su empleo de supervisor en la compañía de ferrocarriles le dejaron sin recursos. Sin poder permitirse ni una habitación, gastó 9.000 dólares en moteles tratando de evitar la calle durante meses. Se queja de ciática y de que se le están cayendo los dientes. Ninguna limosna le va a sacar de aquí. “No se trata de dinero, basta con una oportunidad”, dice Webb.

Webb está en el distrito de Mission, la histórica zona al sur del centro, un antiguo barrio de artistas y familias que se ha convertido en uno de los grandes laboratorios de la gentrificación extrema en la costa de California. “En los últimos 10 años ha habido un desplazamiento de la gente de bajos recursos” de esta zona, explica Ruth Núñez, directora de servicios a los sin techo del Mission Neighborhood Health Center, un centro de día en el que las personas sin hogar pueden descansar y lavar su ropa. En este centro conectan a los sin techo con recursos como un lugar donde dormir o comer.

El perfil que está encontrando Núñez entre la gente que busca su ayuda no es el de personas marginales y con problemas mentales, que también hay, sino “gente que ha vivido aquí toda la vida y a la que en un momento dado le pasó algo” y se vio en la calle. “Vemos familias y adolescentes en los albergues”. Ni siquiera serían pobres en otro lugar. “Muchos de los que vienen aquí tienen trabajo, pero no tienen casa”, dice Núñez. En otros lugares hay a donde mudarse. En San Francisco, no.

Núñez volvió hace dos años a trabajar a San Francisco después de una década viviendo fuera. “No reconocía [el barrio de] la Misión”, dice. “En la calle Valencia había tienditas y restaurantes familiares. La mayoría han desaparecido. Gente que ha nacido en la Misión ya no puede vivir aquí, cuando algunos de los apartamentos nuevos están vacíos. Es inmoral”.

“San Francisco es una ciudad que en la última década ha expulsado a los pobres” de sus casas, afirma. “Las compañías tecnológicas pagan sueldos enormes a sus empleados” y han distorsionado por completo el mercado normal de la vivienda. En cuanto un propietario puede, echa a los inquilinos de toda la vida para multiplicar sus ingresos o vender el edificio y hacer apartamentos nuevos que rondan los 3.600 dólares al mes por una habitación. Núñez recomienda no fijarse solo en San Francisco. “Oakland y Berkeley están igual, es una crisis de toda la bahía”. El trabajador normal de la ciudad ya no vive en ella, la gente se está mudando hasta Vacaville, a 80 kilómetros al norte, afirma Núñez.

“El problema de los sin techo en San Francisco no es nuevo”, afirma Núñez. Lo que ocurre, explica, es que ya no quedan edificios de rentas bajas donde meterse, ni prácticamente lugares sin urbanizar. “En los lugares donde antes nadie quería vivir ahora hay apartamentos que cuestan millones de dólares”. No solo hay más personas sin hogar, es que “ya no tienen dónde esconderse”.

San Francisco se está convirtiendo en la versión más extrema, o al menos la más obvia a simple vista, de la desigualdad en Estados Unidos, donde una de las mayores concentraciones de fortunas de Occidente comparte la calle con una miseria hiriente. “Creo que es una crisis de todo Estados Unidos, donde la gente que tiene dinero está bien y el resto está a un cheque de quedarse sin hogar”.

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