México

La pesadilla del terremoto no ha terminado en la Ciudad de México

edificio mal estado
El edificio damnificado en calle Saratoga 714, en la Ciudad de México

El largo proceso para demoler los edificios dañados genera una gran tensión entre los vecinos y el Gobierno local

23 de noviembre de 2017 – México – Agencias.

En la calle Paseo del Río no hay paso, ni para los autos, ni para los peatones. Una malla de plástico anaranjado bloquea esa vía de Paseos de Taxqueña, en el sur de la Ciudad de México. “Es por nuestra seguridad y la de ustedes”, dice una mujer que mata el tiempo insertando perlas de fantasía en un hilo transparente. Confeccionar rosarios es su pasatiempo cuando cumple el turno de vigilancia vecinal tres veces por semana. El ama de casa, quien prefiere que no se publique su nombre, está sentada en una silla plegable a unos 20 metros de su edificio. Esa es la distancia más cercana a la que puede estar de su hogar desde el sismo del pasado 19 de septiembre.

Paseo del Río 10 forma parte de una lista de 24 edificios en la Ciudad de México que fueron diagnosticados como irreparables tras el sismo. De esos, solo cuatro han sido tirados a dos meses del terremoto. Las demoliciones que normalmente llevan de tres a cuatro semanas en concluirse han sido postergados por la resistencia de los habitantes y propietarios, quienes temen la pérdida total y no reembolsable de su patrimonio. El aplazamiento del plan también prolonga el bloqueo de las calles en las que se encuentran los edificios y el desalojo de las residencias y negocios aledaños.

La parálisis ha tensado la relación entre vecinos y lastima la ya dañada imagen del Gobierno de la Ciudad por su respuesta ante la emergencia, percibida por los afectados como tropezada y tardía. La desesperación por regresar a la normalidad diluye rápidamente el sentimiento de solidaridad que inspiró en su momento la tragedia de septiembre. Para Jaime Valencia, propietario de cinco negocios en la calle de Génova, en la famosa Zona Rosa de la capital, el bloqueo de la vía significa también millones de pesos en pérdidas. “Este año ha sido el peor para nosotros, porque nuestras ventas cayeron un 40% por las obras de remodelación que terminaron el 8 de agosto”, comenta el empresario. “Unas semanas después ocurrió el desastre”.

La fuerza del sismo terminó con la columna vertebral de Génova 33, un edificio de ventanas triangulares que destaca entre los locales de la angosta vía. El inmueble residencial de 10 pisos está rodeado de más de 50 negocios, entre bares, restaurantes y tiendas. De esos, tan solo pueden operar dos: una papelería y una relojería ubicadas casi en la esquina con paseo de la Reforma, área que también está acordonada desde el sismo. “He tenido que pararme en la calle para atraer clientes al negocio”, comenta Enrique Tellez, dueño de la relojería que comenzó su familia hace medio siglo. “Esta calle es muy transitada y ahora está completamente desolada, como un fantasma”. Detrás de él, un par de personas hablan con una de sus empleadas a través de las ranuras de la cortina de metal que el negocio debe mantener extendida todo el tiempo por órdenes de Protección Civil. “No hay quien nos informe de lo que está pasando y cuando nos dicen algo, luego no lo cumplen”, dice Tellez, mientras muestra en la pantalla de su celular los mensajes sin respuesta que ha enviado a los representantes del Gobierno y la Delegación.

Después de dos meses de reuniones esporádicas entre las autoridades y los empresarios de la zona, los representantes de la Delegación Cuauhtémoc han prometido reabrir la calle el 23 de noviembre. En la lista de edificios por demoler, Génova 33 se encuentra en la columna titulada En proceso. “En Génova 33 no existe demora”, asegura un representante de la Secretaría de Obras de la Ciudad en un comunicado. “Las labores preliminares se realizaron a través de cuatro puntos de topografía tridimensional, tecnología de punta que nos permitió conocer la situación real de la zona y su cuidado”.

Una serie estudios meticulosos también se realizaron antes de derribar el edificio Miramontes 3010, asegura Gerardo Báez, director general de Construcción de Obras para el Transporte de la Ciudad de México y uno de los principales encargados de las demoliciones tras el sismo. “El proceso puede llevar entre tres y cuatro semanas, depende de la altura del edificio y las condiciones. Por ejemplo, hay avenidas amplias dónde sí se puede demoler, otras donde de plano es muy difícil”. Frente a él, la garra de un vehículo de excavación arranca pedazos de lo que queda del edificio de cinco pisos. La máquina avanza bajo una montaña de escombros que sirve como escalón para derribar los pisos más altos. Entre la pila de metal y concreto se asoman restos de ropa y muebles despedazados que los inquilinos optaron por abandonar.

La lista de 24 edificios por demoler no es definitiva. El número puede aumentar conforme los representantes de las 16 delegaciones de la Ciudad de México entreguen los reportes de revisión de los inmuebles a las juntas de la Comisión de Emergencia de la capital, creada tras el sismo. “No hay prioridad. Como se van liberando de la Comisión así se van atendiendo.”, explica Báez. “A veces aunque ya están listos para demoler luego suele pasar de que hay instalaciones ocupadas o los propietarios se amparan para retirar sus pertenencias o porque no quieren que se demuela el edificio. Esto detiene el proceso”.

La recuperación de esos inmuebles dependerá de lo que establezca la Ley de Reconstrucción por el sismo. La propuesta continúa paralizada en la Asamblea Legislativa de la Ciudad, en parte por una guerra política dentro del Congreso local.

Mientras tanto, los representantes del Gobierno capitalino le han comentado a Rosa Suárez sobre la posibilidad de obtener un crédito en caso de que su departamento en Miramontes 2990 deba reconstruirse o no tenga remedio y deba mudarse a otro sitio. “No podemos ser damnificados y además deudores”, dice con ojos llorosos la propietaria de 65 años. “Tardé 30 años en pagar mi departamento, 30 años de esfuerzo y te lo quieren volver a cobrar”. Desde septiembre ha vivido en la casa de unos familiares, pues su edificio colinda con el 3010 que comenzó a ser demolido a mediados de noviembre. Los inspectores de la ciudad no le darán un diagnóstico de su vivienda hasta que finalice el derribo del edificio vecino. Mientras las máquinas tiran la estructura, Suárez pasa la mañana en un centro de acopio instalado a unos metros de la zona de demolición. El campamento también funciona como caseta de vigilancia, desde la que Suárez se asoma de vez en cuando para mirar su edificio, acordonado, solo habitado por sus muebles y los de sus vecinos.

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