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Modric sobrevivió a la guerra para ser el mejor del mundo

1 Luka Modric
Luka Modric, capitán de Croacia.

Es el mejor jugador de la Fifa: ganó la Champions y fue subcampeón del Mundial. Su historia.

25 de septiembre de 2018 – Agencias.

Modric no juega para él. Juega para todos. La pelota en sus pies es el anticipo de los festejos. No porque él anote –aunque lo hace, y de qué manera–, sino porque un pase suyo equivale a la elaboración perfecta. Es un arquitecto que se pone el casco. Que dirige y coordina la obra dentro del césped. Este obrero vestido de gala fue el elegido como el The Best a mejor jugador de la Fifa, por encima de Cristiano Ronaldo, al que antes le hacía los pases en el Real Madrid, y del egipcio Mohamed Salah.

Ronaldo ya no está en el Madrid y tampoco estuvo en la gala. Es la estrella eclipsada por el pequeño Modric. Ambos ganaron la Champions por tercer año consecutivo.

Modric, sin embargo, brilló en el Mundial de Rusia. Fue el soporte sobre el que recayó el peso de la selección de Croacia, la subcampeona. Si el Mundial tuvo un protagonista emergente, The Best no se quedó atrás. Solo que ahora Modric no fue subcampeón.

Luka ya no es ningún jovencito: tiene 33 años. No es ningún desconocido: antes del Mundial ya era el cerebro rubio del Real Madrid. Pero, mucho antes de vestirse de blanco y ser subcampeón del mundo, Modric tenía una vida.

Goles desde el refugio

La infancia de Modric tuvo su particularidad. No solo fue la niñez de la pobreza, como les pasa a muchos futbolistas. Fue peor que eso. Modric creció en medio de la guerra. Las bombas fueron su lluvia. Las balas pasaban por la puerta de su casa. Su abuelo fue ejecutado ante sus ojos.

Tenía solo 6 años cuando tuvo que huir de la muerte con su familia, esconderse en las montañas, entre árboles, con hambre y frío, mientras el aguacero bélico caía sobre la región de Zadar, en Croacia, durante la guerra de los Balcanes. Y sin embargo, Modric jugaba al fútbol.

Como refugiado de guerra, tuvo un golpe de suerte: en un hotel donde se resguardaba con su familia, alguien lo vio pelotear. Fue el director del hotel el que se percató de su habilidad y lo puso en contacto con la escuela de fútbol de la región. La guerra avanzaba. La ciudad se derrumbaba. Las bombas caían. Y el niño Modric, callado, introvertido y muy frágil de contextura, peloteaba.

Por todas esas dificultades pudo haber sido un jugador diferente, uno de esos croatas recios y agresivos que dejan sangre y honor en la cancha. O pudo simplemente no haber sido futbolista. Pero lo fue. Y es un jugador que deja el honor, pero sin violencia, sin resentimientos.

Su fútbol es sencillo y elegante. Él toca la pelota como si la acariciara, como si hubiera aprendido a jugar sobre una fina hierba y no esquivando minas.

“Los bombardeos comenzaban a las 6 a. m. Pero Luka jugaba como un niño”, recordó Josip Bajlo, director de la escuela de fútbol de Zadar, en un documental sobre la infancia de Modric.

Luka era fanático del club Hajduk Split, pero allí lo rechazaron, por su contextura. Así que llegó al equipo rival, el Dinamo Zagreb, que también desconfió de su fragilidad y lo mandó a probar a la agresiva liga de Bosnia, un terreno hostil al que Modric sobrevivió.

Regresó a Zagreb siendo el mismo jugador diminuto, pero con más personalidad, con más carácter y una técnica pulida. Estaba listo para triunfar. Ganó tres ligas y se fue al Tottenham inglés. Comenzó su aventura fuera de Croacia.

La historia ya era cíclica. Una vez más lo menospreciaron por su aspecto físico. Sobre todo, en una liga tan exigente y atlética. Y una vez más, Modric silenció bocas. Jugó 160 partidos e hizo 17 goles. Hasta que él mismo quiso salir. En el 2012, el frágil Modric llegó pisando fuerte a otro mundo, a otra galaxia: al Real Madrid, que pagó 30 millones de euros para tenerlo.

Luka se puso el elegante overol blanco, el que parece que no se le ensucia. Pero lo ensucia. Porque en el Madrid nunca resigna una pelota. Balón que recupera, porque los recupera, es una inminente oportunidad de gol. No tardó en convertirse en un galáctico admirado por el Santiago Bernabéu.

Las tres Champions consecutivas que ha ganado (lleva 4) tienen el sello de Ronaldo, la estrategia de Zidane –ambos ya se fueron– y la elaboración de Modric, que ve túneles donde otros ven murallas; que ve un compañero donde otros ven rivales; que pasa el balón como quien pone el primer ladrillo, mientras otros tiran los ladrillos. Modric es un peso pluma que en Madrid se hizo peso pesado.

Un mundial fantástico

Amaga a la izquierda. Perfil de derecha. El rival, argentino, confundido. El espacio en su mente. El derechazo feroz desde fuera del área. La pelota con fuerza y efecto. La pelota a la red.

El roce improductivo del guante del arquero. Modric marcó así su mejor gol, de los dos que hizo en el pasado Mundial de Rusia. Croacia humilló a los gauchos 3-0. Modric, con la camiseta 10 y el brazalete de capitán, se parecía a Messi, pero lo superó: fue el mejor Modric.

Croacia llegó a la final contra Francia, y la historia de infancia de Luka se hizo conocida. Conmovió a millones de fanáticos que se inclinaron por la aguerrida camiseta a cuadros. Perdieron el título, pero ganaron simpatías. Modric, de paso, ganó el Balón de Oro a mejor jugador del Mundial y después fue el mejor de la Uefa. Así cerró la mejor temporada de su carrera.

El crac de blanco subió ayer al estrado con elegante traje negro y su cabellera rubia, que no se despeina ni en la cancha. Recibió de manos del presidente de la Fifa, Gianni Infantino, el galardón que lo acredita como mejor del mundo. Se llevó los aplausos, como hizo en el Mundial, solo que ahora los que lo aplaudían eran sus colegas.

“El reconocimiento de mis compañeros de profesión es lo más especial”, dijo Modric sin perder la compostura, sin perder su elegancia, como en la cancha.

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