México

Migrantes, refugiados: el relato de un éxodo

caravana de migrantes
La caravana de migrantes, a su paso por México. Héctor Guerrero.

Varias novedades editoriales profundizan en las violencias que sufren los migrantes en México, Centroamérica y Estados Unidos, en busca de una vida mejor

30 de noviembre de 2018 – Guadalajara (México) – Agencias

Dos primas observan las aguas del río Bravo. Una carga un bebé en brazos. Son parte de un grupo de migrantes que lleva semanas viajando desde Centroamérica. A punto de llegar a la tierra prometida, el río las detiene. Las primas miran la corriente. Deben pasar nadando, flotando, agarradas a una cuerda, una cabuya, salvando la fuerza del agua y el frio. “Creo que me voy a morir”, dice una de ellas, la del bebé. “Yo no le digo nada”, dice la otra, narradora de esta historia, “porque yo también creo que me voy a morir”.

Son testimonios que recoge Juan Pablo Villalobos en Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018), su último libro, ventanas abiertas a los caminos de niños y adolescentes que dejaron Centroamérica buscando refugio, asilo, descanso: un futuro mejor en Estados Unidos. Es una obra corta, 120 páginas, una decena de historias, fragmentos de miedo, valentía y resiliencia.

En otro de los capítulos, dos hermanos esperan durante días en el desierto mexicano, aguardando que los agentes de migración del país vecino se retiren, que despejen el camino. Pasan días y días al sol, sin apenas agua o comida. A miles de kilómetros de casa, su única posbilidad de sobrevivir es entregarse a la Border Patrol. “No nos quitaban la mirada de encima”, le cuenta uno de ellos a Villalobos, “y allí también había culebras, en su mirada”. Las mismas culebras que acechan sus tobillos en el desierto.

El libro del escritor mexicano es uno de varios que se han publicado estos meses, memorias de las distintas violencias que sufren los migrantes de camino a Estados Unidos. La violencia de las pandillas, que los expulsa de sus pueblos, de sus barrios en Honduras, El Salvador y Guatemala; la violencia que les acompaña durante el camino en forma de abusos y extorsiones; la pegajosa violencia que arranca la piel al detenido y luego, por último, al deportado, habitante de un país unipersonal: no soy de aquí ni de allá.

Vista la urgencia de los que migran, el castigo que aceptan por la posibilidad de vivir mejor, ¿es justo hablar de migrantes? ¿No es más correcto decir refugiados, desterrar un eufemismo que achica el horror, lo disfraza? Dice Villalobos: “Para mi está claro que son refugiados. Tendemos a pensar en refugiados cuando hablamos de paises en guerra. Y lo que está pasando en Centroamérica es una guerra. Los niveles de violencia de San Pedro Sula, por ejemplo, son superiores a lugares en guerra. Es una crisis humanitaria y la palabra adecuada es refugiados”.

Nacido en Tijuana, el esrcitor Luis Alberto Urrea se crió en una barriada de migrantes mexicanos del sur de San Diego. Blanco de ojos claros, nunca lo aceptaron ni los chicanos ni los gringos. Urrea publicó hace unos años The Devil’s Highway, que narra el drama de un grupo de migrantes que murieron mientras cruzaban el desierto de Arizona. Alianza de Novelas acaba de publicar en español La Casa de los Ángeles Rotos, una saga familiar de raíces transfronterizas. “No es migración, es un éxodo”, dice, “un éxodo de proporciones bíblicas. Allá arriba hay una obsesión por consturir una imposibilidad con el muro”.

En No vuelvas (Almadía, 2018), Leonardo Tarifeño viaja repetidamente a un albergue en Tijuana, un gran desayunador, red de salvamento de los que vuelven. De los expulsados. Negado el paraíso deseado, el migrante se convierte en deportado: el que ya no va. Escribe Tarifeño: “Le eché una última mirada a la valla [fronteriza] (…) Me pareció, esta vez, ideología en estado puro, materializada”.

¿Qué quisiste decir con eso? “Quise expresar que, para mí, uno de los grandes muros que nos separan de los migrantes lo representa la ceguera ideológica, ya que muchas veces se habla de ellos desde una posición justificada por nuestras ideas al respecto y no por el contacto directo con esas personas”.

¿Y la caravana? Si la barda es ideología, ¿qué son las caravanas de migrantes que han cruzado México estas semanas? Dice Villalobos: “La caravana es un espejo que deforma, que te devuelve grotescamente tus prejuicios. Nos enfrente a lo que somos, a nuestras contradicciones. En México nos hace ver estos brotes de xenofobia. En un país que tiene 12 millones de migrantes por ahí”.

Urrea cuestiona la posición de sus compatriotas respecto al que llega, trumpistas o no. “Tenemos la fantasía del otro: ‘hay un extranjero que se quiere meter’. Ojalá llegue el dia en que entendamos que todos somos nosotros, que somos familia. Aunque parece de ciencia ficción”.

Consciente de la fragilidad de los negados, los expulsados, Tarifeño cuestiona sus propias sensaciones. “Su sola presencia impone cuestionamientos que ni siquiera sé si me quiero responder: ¿Hasta dónde podrían caer? ¿Aún luchan por algo? ¿A qué se aferran?

Más allá de la ilusión o la esperanza, quizá sea el miedo. Se aferran al miedo de volver. O el miedo se aferra a ellos. En el último capítulo del libro de Villalobos, Abril cuenta que salió de Honduras después de que tres hombres la violaran una tarde que salió de la escuela. Años después, un juez en Estados Unidos le pregunta, ¿tienes miedo de regresar? Ella recuerda aquellos días. “Nunca le dije nada a la policía porque yo tenía temor que, cuando ellos salieran de la cárcel, ellos me mataran y mataran a mis hermanos, a mi familia, porque ellos me dijeron que ellos sabían dónde vivía”.

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