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Crece la tensión en el Mediterráneo entre Grecia y Turquía

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Ankara desafía a Atenas con prospecciones de hidrocarburos en aguas en disputa. Los ministros Exteriores de la UE analizan el viernes la crisis en una reunión extraordinaria

12 de agosto de 2020 – Bruselas – Agencias.

Las tensiones entre Grecia y Turquía por la soberanía de las aguas territoriales y la exploración de gas en el Mediterráneo Oriental se reavivan con un nuevo episodio. Ankara ha decidido enviar un buque de prospección para realizar análisis sísmicos sobre los recursos energéticos en una zona que, según Atenas, pertenece a su plataforma continental.

Los esfuerzos diplomáticos griegos para tomar las riendas del conflicto comenzaron ayer a dar sus frutos con el anuncio de un Consejo de Asuntos Exteriores extraordinario de la UE este viernes y el apoyo de otros países a la postura de Grecia. El alto representante, Josep Borrell, convocó el Consejo de Asuntos Exteriores extraordinario un día después de que el primer ministro griego, Kyriakos Mitosakis se lo solicitase.

A finales de julio, el presidente francés, Emmanuel Macron, ya desveló sus intenciones de organizar una cumbre para intentar resolver los múltiples conflictos pendientes con Turquía.

Ankara anunció el lunes el despliegue de su buque de prospección “Oruc Reics”, acompañado de dos naves de apoyo, hasta el 23 de agosto y Grecia no ha tardado en responder.

Atenas ya tiene barcos de guerra navegando en la zona con el propósito de vigilar las actividades del buque turco. Este movimiento no arredra al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Según explicó el ministro de Energía y Recursos Naturales del país, Fatih Donmez, el objetivo sigue siendo alcanzar “la independencia energética turca” y, por ello, no entra dentro de los planes turcos detener estas actividades.

A nadie se le escapa que las relaciones entre Turquía y los Veintisiete atraviesan un momento delicado y que las cancillerías europeas extreman la prudencia antes de da un paso en falso. Grecia no es el único conflicto. A las tensiones con Atenas se unen también la diputa con Chipre, también por las aguas territoriales, la intervención de Erdogan en la guerra civil de Libia y el paso -de gran valor simbólico- de convertir en mezquita el museo de Santa Sofía de Estambul.

En el mes de febrero, los ministros de Exteriores de la UE ya aprobaron una primera batería de castigos por las prospecciones en territorio chipriota, pero tuvieron un alcance limitado, más simbólico que práctico. Tan solo dos directivos de la empresa petrolera turca sufrieron la congelación de sus bienes en territorio europeo y la prohibición de visado.

En su última reunión de julio, los titulares de Exteriores de los Veintisiete abrieron la puerta a una nueva ronda de sanciones, pero intentaron no pillarse los dedos y seguir apostando por la negociación, con el objetivo de no cerrar ningún cauce de diálogo. Turquía, pese a los pesares, es un aliado esencial en la vigilancia de los movimientos migratorios procedentes de Siria. Además, el país de Erdogan es uno de los socios de la OTAN y las tensiones en el seno de la Alianza no benefician a nadie.

Precisamente, a pesar de ser aliados de la OTAN y vecinos, Grecia y Turquía han estado históricamente enemistados y al borde de la guerra hasta en tres ocasiones desde 1970. Los recientes descubrimientos de gas natural en el este del Mediterráneo tan solo han conseguido avivar antiguos rencores.

El pasado jueves, Grecia y Egipto firmaron un acuerdo sobre la zona económica exclusiva que ha soliviantado a Turquía, quien lo considera nulo. Con este paso, Atenas pretende contrarrestar un pacto de similares características entre Libia y Turquía y que ha sido rechazado por la UE, al considerar que supone una violación de la ley internacional. Egipto también ve a Erdogan como una amenaza e incluso está dispuesto a plantar cara a Turquía en el avispero libio.

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